-Voy a llevar una
Polaroid.
-Ojalá no
hablaras en serio - Las dos mujeres hablaron sin emoción. Las dos parecían
cansadas pero no de mal humor - Nos vamos en 20. Estate lista.
-Siempre estoy
lista.
Empezaron a
juntar las pocas cosas que habían dejado por la habitación del hotel (ropa,
libros, plata). Se pusieron sus camperas y salieron por la ventana. No tardaron
mucho en alcanzar el piso (era increíble la diferencia en la vida mental, y
física, que un poco de información podía hacerles a dos cínicas borrachas), y se
camuflaron con la ciudad de noche. Era poca la gente que salía de noche en días
de semana, y la poca gente que lo hacía estaba demasiado concentrada en su inmediatez social como para notar a dos mujeres bajar desde la ventana
de un tercer piso de un hotel hasta la calle y seguir caminando.
Una prendió un
cigarrillo y le compartió a la otra.
-¿Dónde voy a
conseguir una Polaroid a esta hora?
-No vas a
conseguir nada a esta hora. Como mucho: porros, condones y cerveza. – Le
contestó cansinamente – No pensé que hablabas en serio.
-¿Por qué no
habría de sacar fotos al momento en que nuestras vidas desaparezcan si tengo la
oportunidad? No es algo que pasa seguido.
-¿Y para quién
habrías de sacarlas? Van a borrar todo lo que alguna vez existió de nosotras.
-No, si no se
enteran de la cámara.- Vio de reojo como la otra la miraba fijamente. Pensó que
su amiga era de repente siglos más vieja. Después, se dio cuenta que eso era
muy cierto.
-Son del
futuro. Saben todo.
-Tal vez no
todo pasa igual siempre. Tal vez, algo puede cambiar. Tal vez sea mi cámara,
mis fotos, y tal vez sea yo quien salve a la humanidad. – La oyó reír
amargamente, y giró la cabeza, sorprendida. Nunca la había visto reír… No
realmente.
-¿Vos? Hoy a
la mañana querías que nos fugáramos y dejáramos a la humanidad rendida a su
inefable suerte de ignorantes ególatras y estúpida felicidad. – Su amiga la
miraba sorprendida, y tardó unos segundos en reaccionar. Sonrío, asintió y rió
amargamente. Desvió la mirada hacia la gente alrededor. Y su sonrisa, la que
había quedado rezagada detrás de la amarga risa, se desvaneció y miró al piso.
-Nunca van a
saber nada. Que morimos por ellos. Miralos. Para ellos nada pasa más allá de
esa conversación, de ese bar, y del sexo que están por tener. De hecho…
¡miralos!: el eje de su existencia es
sexo. – Miró rápidamente a los ojos de su amiga y la agarró del brazo para que se
detuviera. - ¿Por qué deberíamos seguir con esto?
Le apretaba el
brazo más fuerte cada segundo, para que sus palabras la penetraran. Pero sus
ojos no decían lo mismo. Sus labios temblorosos, tampoco. Estaba por llorar. ¿Por miedo?, pensó, No. Ella no le tiene miedo a morir. No lloraría por dolor. Miró la
mano de su amiga en su brazo, tan fuerte ahora que apenas sentía otra cosa. Tiene miedo a estar sola. Le tiene miedo a
que ellos puedan ser felices en su
última noche sólo por tener sexo… ni siquiera sabrían que es su último orgasmo. La volvió a mirar a los ojos, y con el
brazo libre le sacó una lágrima de las pestañas.
-Porque
sabemos. – El resto de las lágrimas cayeron cuando cerró los ojos, absorbiendo
la respuesta.- Sabemos cómo, y por qué, quieren matarnos. Nos dijeron para que
tengamos en nuestras conciencias la obligación de sacrificarnos por los que
odiamos; porque saben que, secretamente, no los odiamos tanto y que quisiéramos
(si pudiéramos) despertarlos y así, poder compartir una humanidad. Pero también
saben, que no queremos vivir para ver eso, porque tampoco entonces seriamos
parte de la humanidad. Y ahora… yo no puedo evitar querer… Desaparecer. Ignorar, jamás ver.
Las dos se
miraron un rato. Le soltó el brazo y siguieron caminando.
-¿Por qué
estás tan segura de qu –
-No estoy
segura de nada. No creo que al sacrificarnos, salvemos a la humanidad. Pero
tampoco creo que fugándonos, nos salvemos nosotras.
-Podríamos
hacer nada. Tomar una última cerveza. Juntas…
-Podríamos –
Le dijo – Pero entonces moriríamos como ellos – Agregó señalando con la
barbilla a los que las rodeaban. La otra agachó la cabeza.
-Podríamos
morir estúpidamente felices. Nadie nos reprocharía nada.
-Creo que en
el segundo antes de morir, agonizaría con vergüenza y daría toda mi vida a
cambio del olvido, amiga.
Caminaron un
par de cuadras en silencio. Ambas sopesando lo que estaba pasando. Viendo por
primera vez la ciudad.
-Vos podrías
quedarte. No creo que nos necesiten a ambas… - Le dijo después de un rato.
Nunca la había visto llorar.
Delante de
ellas, la nave.
-Oh, no. No
sin mis fotos. – Miró a su amiga. ¿Ésto
sienten ellos? – No sin mi estúpida felicidad conmigo.
-Es mejor así
– Le dijo. Sonriendo. – Fuimos las únicas reales. Nunca existió ningún otro
humano.
Mientras
hablaban, antes de que terminaran de darse cuenta, se abrió un círculo en la
nave, como un inmenso caño de una pistola, y una luz roja, rápida y precisa,
las fulminó.
Jamás
existieron.
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