17 may 2013

"Feeling lucky, punks?"


-Voy a llevar una Polaroid.
-Ojalá no hablaras en serio - Las dos mujeres hablaron sin emoción. Las dos parecían cansadas pero no de mal humor - Nos vamos en 20. Estate lista.
-Siempre estoy lista.
Empezaron a juntar las pocas cosas que habían dejado por la habitación del hotel (ropa, libros, plata). Se pusieron sus camperas y salieron por la ventana. No tardaron mucho en alcanzar el piso (era increíble la diferencia en la vida mental, y física, que un poco de información podía hacerles a dos cínicas borrachas), y se camuflaron con la ciudad de noche. Era poca la gente que salía de noche en días de semana, y la poca gente que lo hacía estaba demasiado concentrada en su inmediatez social como para notar a dos mujeres bajar desde la ventana de un tercer piso de un hotel hasta la calle y seguir caminando.
Una prendió un cigarrillo y le compartió a la otra.
-¿Dónde voy a conseguir una Polaroid a esta hora?
-No vas a conseguir nada a esta hora. Como mucho: porros, condones y cerveza. – Le contestó cansinamente – No pensé que hablabas en serio.
-¿Por qué no habría de sacar fotos al momento en que nuestras vidas desaparezcan si tengo la oportunidad? No es algo que pasa seguido.
-¿Y para quién habrías de sacarlas? Van a borrar todo lo que alguna vez existió de nosotras.
-No, si no se enteran de la cámara.- Vio de reojo como la otra la miraba fijamente. Pensó que su amiga era de repente siglos más vieja. Después, se dio cuenta que eso era muy cierto.
-Son del futuro. Saben todo.
-Tal vez no todo pasa igual siempre. Tal vez, algo puede cambiar. Tal vez sea mi cámara, mis fotos, y tal vez sea yo quien salve a la humanidad. – La oyó reír amargamente, y giró la cabeza, sorprendida. Nunca la había visto reír… No realmente.
-¿Vos? Hoy a la mañana querías que nos fugáramos y dejáramos a la humanidad rendida a su inefable suerte de ignorantes ególatras y estúpida felicidad. – Su amiga la miraba sorprendida, y tardó unos segundos en reaccionar. Sonrío, asintió y rió amargamente. Desvió la mirada hacia la gente alrededor. Y su sonrisa, la que había quedado rezagada detrás de la amarga risa, se desvaneció y miró al piso.
-Nunca van a saber nada. Que morimos por ellos. Miralos. Para ellos nada pasa más allá de esa conversación, de ese bar, y del sexo que están por tener. De hecho… ¡miralos!: el eje de su existencia es sexo. – Miró rápidamente a los ojos de su amiga y la agarró del brazo para que se detuviera. - ¿Por qué deberíamos seguir con esto?
Le apretaba el brazo más fuerte cada segundo, para que sus palabras la penetraran. Pero sus ojos no decían lo mismo. Sus labios temblorosos, tampoco. Estaba por llorar. ¿Por miedo?, pensó, No. Ella no le tiene miedo a morir. No lloraría por dolor. Miró la mano de su amiga en su brazo, tan fuerte ahora que apenas sentía otra cosa. Tiene miedo a estar sola. Le tiene miedo a que ellos puedan ser felices en su última noche sólo por tener sexo… ni siquiera sabrían que es su último orgasmo. La volvió a mirar a los ojos, y con el brazo libre le sacó una lágrima de las pestañas.
-Porque sabemos. – El resto de las lágrimas cayeron cuando cerró los ojos, absorbiendo la respuesta.- Sabemos cómo, y por qué, quieren matarnos. Nos dijeron para que tengamos en nuestras conciencias la obligación de sacrificarnos por los que odiamos; porque saben que, secretamente, no los odiamos tanto y que quisiéramos (si pudiéramos) despertarlos y así, poder compartir una humanidad. Pero también saben, que no queremos vivir para ver eso, porque tampoco entonces seriamos parte de la humanidad. Y ahora… yo no puedo evitar querer… Desaparecer. Ignorar, jamás ver.
Las dos se miraron un rato. Le soltó el brazo y siguieron caminando.
-¿Por qué estás tan segura de qu –
-No estoy segura de nada. No creo que al sacrificarnos, salvemos a la humanidad. Pero tampoco creo que fugándonos, nos salvemos nosotras.
-Podríamos hacer nada. Tomar una última cerveza. Juntas…
-Podríamos – Le dijo – Pero entonces moriríamos como ellos – Agregó señalando con la barbilla a los que las rodeaban. La otra agachó la cabeza.
-Podríamos morir estúpidamente felices. Nadie nos reprocharía nada.
-Creo que en el segundo antes de morir, agonizaría con vergüenza y daría toda mi vida a cambio del olvido, amiga.
Caminaron un par de cuadras en silencio. Ambas sopesando lo que estaba pasando. Viendo por primera vez la ciudad.
-Vos podrías quedarte. No creo que nos necesiten a ambas… - Le dijo después de un rato. Nunca la había visto llorar.
Delante de ellas, la nave.
-Oh, no. No sin mis fotos. – Miró a su amiga. ¿Ésto sienten ellos? – No sin mi estúpida felicidad conmigo.
-Es mejor así – Le dijo. Sonriendo. – Fuimos las únicas reales. Nunca existió ningún otro humano.
Mientras hablaban, antes de que terminaran de darse cuenta, se abrió un círculo en la nave, como un inmenso caño de una pistola, y una luz roja, rápida y precisa, las fulminó.

Jamás existieron.

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