Se levantó a la misma hora de siempre. La
alarma sonó igual que siempre. Se lavó el cuerpo de la transpiración nocturna, se lavó los dientes y se peino mientras se miraba al espejo. Mientras se vestía, despacio tras cuidadosa selección de su ropa interior, su marido le beso el cuello y los hombros. Hizo el mismo desayuno de siempre. Despertó a la
misma hora de siempre a su hijo de 5 años y a su marido de 45 años. Los miró
mientras terminaban su desayuno. Revisó la mochila de su hijo, se aseguró de
que tenga la ropa bien puesta. Salieron los tres. Ella y el hijo se subieron al
auto y saludaron al marido. Él se tomaba el colectivo. Su trabajo era en una
oficina del centro, como tantas otras, y hace meses ya había decidido dejarles el
auto a ellos porque él se estresaba mucho en el centro con el tráfico. Ella, en
cambio, iba para el otro lado a un jardín muy lindo y elitista. Religioso y muy
caro. Ella frenó en un puesto de flores grande a comprar un ramo de las más
imponentes orquídeas que había visto. Las puso en el asiento del co-piloto. Su
hijo le robó una flor, porque le pareció muy lindo el color y el aroma. Pensó en
dárselo a su señorita cuando llegara al jardín. Su señorita era buena. En
cuanto saludó a la madre y le soltó la mano, fue corriendo hacia la señorita
con la flor en alto. La madre se iba tras una última mirada al pelo de la señorita de su hijo enredado por el viento. Ya estaba en el auto. Paseó con el
auto hasta un lago que había en la ciudad. Decían que por lo menos 2
adolescentes cada año se ahogaban ahí. Por prepotentes. “Causa de muerte:
prepotentes” Ella, siendo médica forense, se rió. Volvió a subirse al auto,
compró la comida para la noche: pollo y papas. Sacó la receta de su carpeta y
la dejó en la mesa. Miró el reloj de la cocina, colgado arriba de la puerta.
Observó pasar 30 segundos. A su abuela le gustaba escuchar el reloj, se acordó.
Se cambió la camisa que tenía puesta por un vestido floreado más suelto y se quitó el corpiño apretado. Odiaba usar corpiño. Se soltó el pelo castaño claro y volvió al auto. Acercó el ramo de orquídeas a su nariz y recordó el campo de
su infancia. Recordó a su padre trabajando en la granja y a su madre ordenando
los floreros con orquídeas en la casa con las manos llenas de tierra, y un
canasto de mimbre en la mesa con vegetales del huerto. Recordaba con cariño los
tomates, tan redondos y rojos. Se le hizo agua la boca y se lamió los labios. Pensó que había olvidado comprar tomates. Arrancó el auto y
volvió hasta el lago. Puso el auto en punto muerto, sacó las llaves, salió del
auto con el ramo de flores y le puso la alarma al auto. Se acercó hasta un
puente que habían hecho recientemente y se paró en medio. Miró sus flores, y
decidió sacarles el envoltorio de plástico. Siempre
son más lindas sueltas, pensó. Dejó el envoltorio tirado en el piso del
puente. Escuchó brevemente a su hijo reprochando ese descuido, citando a su
señorita que dice que es importante cuidar del ambiente. Pensó aún más
brevemente si su hijo le perdonaría ese descuido. Volvió a acercarse a las
flores, oliendo su casa, el campo de sus padres, su perro, sus tomates. Cerró
los ojos y se tiró del puente al centro del lago. Se tiró de espaldas y el aire rápidamente la envolvió y acarició su cuerpo. Ella soltó las flores mientras caía pensando que eran todavía
demasiado bellas, y que se verían muy lindas flotando en el agua con la luz que
daba justo ahora creando un brillo tan delicado. Las flores flotaron en el agua,
mecidas por las olas delicadas y tan suaves que luego, los transeúntes tendrían problemas para creer que una mujer se había tirado al agua ahí.