Hay un nuevo estilo de comunicación que sobresale en el ánimo de la generación moderna: la no-comunicación. Todas estas formas de evitar el contacto emocional y mantener uno profundamente superficial: los apodos-diminutivos destruyen la identidad del afectado; las nuevas maneras de llamar la atención de nuestros allegados son tan lejanas que logran pegarse a nuestra lengua; la eterna comunicación con los mensajes de texto, los mails y el Messenger provocan un distanciamiento palpable con la palma de nuestras manos y aún así la multitud permanece ajena a esto y lo adopta como si no representara ningún cambio en nuestro estilo de vida. Cuando en realidad lo que logra esta no-comunicación, este acercamiento amurallado, es el completo aislamiento entre multitudes de multitudes, y valga la redundancia porque no es sólo una pequeña multitud es una… multitud de multitudes. Todo el mundo parece haber adoptado este estilo, este look fashion y moderno. De último momento, lo más nuevo de lo nuevo, y que, irónicamente, es como si hubiera salido de lo más primitivo de nuestro ser: el miedo. Entiendo y acepto que haya fobias incomprensibles a primera vista, pero esta fobia social es tan obvia que ya no sé cual es la base del trauma.
La comunicación, claramente, implica un acercamiento con la otra persona. De persona a persona, no de piel a piel, nuestros cuerpos no hacen nuestra persona ([…] “Behind this mask there’s more than flesh, behind this mask there’s an idea, and ideas are bullet proof” citando una de las frases de V.) La comunicación también trae en su sombra el oscuro hecho de conocernos como personas, lo que implica el terror de compartir lo que sentimos… o tal vez simplemente trae junto a ella el hecho de que debemos compartir para conocernos. El conocimiento lleva al entendimiento, y después al cariño, por decirlo de alguna manera. Es como con una materia: “Ah, sí, literatura es hermosa y me viene como anillo al dedo, pero matemática ni hablar. Es mi karma. ” Es lo que me pasa a mí, siento una repulsión por los números y casi todo lo relacionado a ellos, pero cuando me pongo a pensar no puede ser tan difícil. Después de todo hay una sola solución para el mismo ejercicio, mientras que para Literatura la respuesta cambia según su intérprete, pero mi rechazo por la materia viene de un tema un poco más personal, lo que me lleva a negarme concienzudamente a aceptar que no es difícil, y el método que uso para lograrlo es justamente la menospreciacion continua de ésta: “No, esa materia es una mierda, no podría ser más complicada. No la entiendo. Me aburre. La profesora la hace aburrida, no explica bien. Es imposible.”
¿No es, acaso, eso lo que hacemos entre nosotros?
Nuestros saludos se comprimen a un grosero “Eh, boludo/a ¿todo bien?”, por supuesto que, además, esa pregunta no es más que una fachada, un compromiso, el cuál debe ser correspondido con un “Sí, sí. ¿Vos bolu’?”. No nos interesa, en realidad cómo es que se encuentra nuestro compañero/a. Y si nos llegara a interesar, (anda a saber porque será eso) tratamos de que lo entienda con una gran mirada de nuestra parte. Después de todo, el alma se ve a través de los ojos, ¿o no? Sí, pero para que eso funcione hay que
mirar a los ojos, y creo que la gran mayoría se esta contagiando el síntoma autista.
También algo que noto cada vez con más frecuencia, es que la gente perece considerar como educado el rechazo disimulado. Hablo de cuando quieren decir que no, pero dicen “Eeh… sí, es muy rico. Aunque creo, me parece, que ese combo parece un poco más interesante. ¿No te parece?”. A la cajera. Semejante discurso; encima de confuso,
idiota; a la persona que debe, ya que es su trabajo (o sea, que le pagan para eso) recibir los pedidos de la gente que viene a comer lo que les venga en gana comer.
Parece ser muy difícil decir una idea, o lo que pensamos claramente. Más miedo al rechazo, a que nos pregunten porque dijimos eso. A expresarnos. Entonces, lo que hacemos para evitar la expresión y entendimiento mutuo entre homo-sappiens-sappiens, ¿Qué hacemos? Expresamos nuestro rechazo, odio y negación hacia los demás. Ni siquiera nuestros “amigos” se salvan, aunque ellos pasan a ser “Che” en vez de “Boludo”, pero con suerte. Cuando tenemos que decirle a alguien algo “fuerte” se lo decimos por Messenger o chat o mensaje de texto, y al momento que nos vemos a la cara, nunca pasó nada. Está ahí, pero no lo decimos. Ya se sabe. En la cara sólo se ve la sonrisa falsa que todos tienen, y la caricia seca y fría que todos reparten por doquier (adosado con el desprecio impregnado en la voz)… y en los ojos… los ojos no se miran. Ahí esta el alma, ahí están las lágrimas a causa de la sombra. Esa sombra nos sigue y está en todos lados, el miedo es permanente y está en los ojos de los demás… y también en los míos. Pero, no importa, después de todo, nadie observa.
Nadie mira a los ojos, nadie dice que también ven esa sombra como yo la veo también. Aunque todos parecen querer decirlo, porque todos me llaman con el mismo nombre. Y yo los llamo igual. Y aún así, nadie lo dice.